A principios de los 90 vivimos una etapa de recesión que dejó marcadas influencias en todos los ámbitos del diseño y la estética en general. Acabábamos de salir de una época de excesos estéticos en todos los sentidos: dorados, barroquismo, el kitsch arrastrado desde los 70, el individualismo, el punk, las hombreras, el brillo del plexiglás, la lycra, el pelo afro, el papel pintado y el skay. En estas estábamos cuando irrumpió el minimalismo, fue de pura lógica: entre la crisis económica y el agotamiento visual de tanto exceso ornamental, el menos es más fue como una ventana abierta por donde entraba algo de aire fresco y, de este modo, el interiorismo, la arquitectura y el diseño apostaban por espacios vacíos con escasos pero notorios inquilinos.

Esta crisis es distinta -ya lo dicen todos los expertos- y también sus influencias en el diseño y en la estética. Ahora nos encontramos ante una mezcla de estilos y líneas de tendencias que se solapan y se confunden entre sí y que tienen mucho peligro porque dan pie al todo vale. Y, sí, es posible que todo valga, pero no de cualquier manera. Hoy podemos dormir en un hotel high tech, comer en un restaurante vegetariano decorado con papel pintado, flores secas  y manteles de crochet, y por la tarde ir de compras a tiendas donde impera un barroquismo de lo más moderno, para después cenar en el restaurante más cool de la ciudad, tumbados en una inmaculada cama blanca que se adorna con cojines que simulan piedras. ¿Qué está pasando? Los gustos estéticos son distintos según la actividad a realizar, el momento del día o las apetencias personales en cada ocasión. Nos dirigimos hacia una sociedad en la que se diseña para los sentidos, buscando el placer sensorial en todo lo que vemos, oímos, comemos o tocamos y donde todo se une y se complementa de una manera perfecta, sin estridencias. Las exigencias cada día son mayores y las posibilidades generales en el momento actual, menores. Ahora, más que nunca, ha de ser todo bueno, bonito y además, barato

¿En qué desembocará todo esto? No está muy claro, pero buceando un poquito en la historia, los expertos comparan esta crisis con la que se sufrió después de la 2ª Gerra Mundial: una tremenda recesión que consiguió reconvertir la industria armamentística mundial, generando el impulso necesario para el desarrollo definitivo del diseño industrial; esto cristalizó en su mayor logro: la Tercera Revolución Industrial. Es evidente que este hecho cambió para siempre la economía mundial y los sistemas económicos de la época y quizá sea eso lo que necesitamos ahora, un cambio radical en las actividades económicas. Es ahí donde los diseñadores industriales tenemos mucho que decir pero, sobre todo, mucho que hacer. Así que hagámoslo, pero hagámoslo bien: dirijamos los productos, ya que el mercado actual es amplísimo; reinventemos las fórmulas existentes, mejorando productos y procesos; creemos nuevas opciones, hay muchas necesidades que requieren atención; pero sobre todo, hagámoslo bien y de una manera lógica. Es importante que el diseño y la estética, al igual que la economía, no se estanquen y aún es más importante que no retrocedan, pero tengamos siempre muy presente que el avance ha de producirse en la dirección de las necesidades, la funcionalidad y el buen gusto.

Lidia Folguerá Nebra.